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Una mujer con tres tetas

Actualizado: 25 jul

Eran los días lejanos del VHS. No tenía siquiera diez años cuando esa imagen me atropelló. Con mis primos y mi hermano mayor —cómplices inocentes de esa experiencia— nos reímos de inmediato al verla. La película El vengador del futuro (1990), protagonizada por Arnold Schwarzenegger, contaba la historia de un fugitivo justiciero que, por algún engaño, terminaba viviendo en una colonia en Marte. Un lugar rojo y desértico, con una ciudad protegida por un domo de cristal, en la que convivían seres humanos y mutantes. Entre ellos, una cortesana de bar, llamada Lycia Naff, cuyo atributo más particular era que tenía tres tetas. Quedamos boquiabiertos ante tal disrupción. Por años recordaríamos con frecuencia aquel momento; y, al parecer, no fuimos los únicos. En la versión de la misma película de 2012, la controversial señorita Naff volvió a aparecer. El icónico personaje triunfó por una realidad que, hasta hace poco y gracias a una lectura, llegué a comprender: gran parte de la ciencia ficción es un lugar habitado por el deseo masculino. Tres es mejor que dos. Justo como está sucediendo con la inteligencia artificial.


Tal conclusión —a la que no le faltaban evidencias— hace parte del libro Artificial Unintelligence, de la profesora de la Universidad de Nueva York Meredith Broussard, en el que la autora plantea la innegable relación entre las ideas todopoderosas de la inteligencia artificial (algo que llama tecnochovinismo) y sus portavoces. En efecto, al oír las predicciones de los grandes personajes masculinos de esta nueva tecnología —entre ellos Peter Thiel, Elon Musk y Sam Altman— se nota a leguas el deseo masculino por definición: cambiar al mundo para siempre. La historia partida en dos por la testosterona. Esa forma de poder sexual, tan escasa y codiciada, que desborda con facilidad las arcas de la vanidad de cualquiera de nosotros. Para Broussard, una gran escéptica de los anuncios desmedidos y las alertas absolutas sobre la inteligencia artificial, el nuevo juguete del deseo varonil incluye cierta ciencia ficción. Lo que ahora se vocifera como verdad científica —como, por ejemplo, los avances de la capacidad intelectual de las máquinas— es tan solo una más de las historietas de siempre (parte de los guiones de muchas otras películas del mismo Schwarzenegger). Desde luego, la profesora no niega la relevancia de los nuevos avances al respecto, pero en repetidas ocasiones cuestiona su veracidad y sus conclusiones, reivindicando así las persistentes y robustas cualidades humanas.


Desde luego, no se trata de nada nuevo ni sorprendente. La historia del arte —incluso la reciente— también está llena de ejemplos de versiones del mundo, de descubrimientos y de idealizaciones de la figura femenina dictadas por el deseo masculino. Muchas veces esta realidad se ha explicado por las limitadas oportunidades de acceso al arte que, durante siglos, tuvieron la mayoría de mujeres; por no hablar de la exclusión de otras realidades lejanas al mundo occidental. Otra forma de ejercer el poder del hombre: la marginación de la posible competencia en el relato hegemónico de la realidad. Y en esto también coincide la profesora Broussard, al señalar con pruebas la precaria participación de mujeres en el mundo de la tecnología y la inteligencia artificial (algo que también sucede con los afrodescendientes).


Por lo pronto, otra nueva versión masculina del mundo ha despuntado, tal como esos cohetes espaciales con viajes interestelares que estallan en la mitad del firmamento. Pero, al parecer, la máquina absoluta —esa que reemplazará inevitablemente al ser humano— no es más que un arrume de deseos prehistóricos de nosotros: otra búsqueda para definir el mundo y a sus habitantes a nuestro antojo y saliva.Dame el sueño húmedo de un hombre y moveré el mundo.

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