Luciérnagas y el abuso de la luz
- Camilo Fidel

- 11 oct
- 4 Min. de lectura
(Notas sobre Threshold de Giovanni Paolo Randazzo)
Dicen los historiadores del arte que las obras dialogan, al ser escrutadas en el tiempo, con la época y el contexto en que fueron pensadas y producidas. En ese sentido, la exposición Threshold (“umbral” en español) del artista Giovanni Paolo Randazzo deja una evidencia contundente y directa de aquel sugestivo planteamiento. En estos días de discursos incendiarios y de la multiplicación de imágenes que impulsan —sin reparo ni vergüenza— el abuso del poder, las obras de Randazzo cobran sentido y significado, pero, sobre todo, adquieren una relevancia inusual y una pertinencia difícilmente cuestionable. El mundo, siempre hecho de pedazos, ha escogido una de sus peores versiones en nuestra cotidianidad presente. Las democracias, los derechos y los acuerdos mínimos parecen estar —como aquellas especies gigantes a las que les resulta fatal el calentamiento de su entorno— en peligro inminente de desaparición. Un mundo tan raro y rancio, ahora sometido a una impredictibilidad política, económica y cultural tan cruel como voraz.
Alrededor de la bellísima metáfora de Pier Paolo Pasolini —quien equiparaba las volátiles luces de las luciérnagas con una forma de resistencia ante el fascismo y sus luces resplandecientes y espectaculares—, Randazzo decidió construir toda la exhibición. En un diálogo comprometido y palpitante con el artista chileno Mario Opazo, quien contribuyó en la muestra, el artista bogotano de 50 años crea una serie de “frases” o “momentos” que aluden —multiplicando varias veces la metáfora de Pasolini— a ejercicios puntuales y certeros de tensión. Su trabajo con las luces, las sutiles y las ominosas, descifra, ya sea con la proyección de una transparencia o la señal estática de un televisor antiguo, el entorno de la primera sala de la galería Vertigo Contemporary. Además, Randazzo prefirió materiales de construcción deteriorados (y otros elementos de baja estirpe) como anatomía estructural de sus instalaciones, las cuales se conjugan con imágenes creadas por el artista en las que se revelan otras confrontaciones —unas reales y otras imaginadas— que, en ocasiones, se dirigen hacia el pasado y la actualidad del país de sus ancestros sicilianos; tamnbién hay una presencia importante de la arquitectura brutalista. Aunque limitar el auge del fascismo y el abuso del poder a Italia sería no solo ingenuo, sino sumamente irresponsable: sus males y estratagemas llevan décadas recorriendo cualquier confín posible del planeta. Dentro de las metáforas que el artista plantea, quizás la más llamativa es el cadáver disecado de una polilla a la que una luz de colores baña sin que aquella se inmute. Una alusión impresionante al hipnotismo mortal que causan los regímenes autoritarios.
Dichas soluciones, que gravitan entre el deterioro y la luminosidad, se trasladan a la siguiente sala, en la que Randazzo exhibe de una forma —de nuevo no convencional— dos series de pinturas que ha venido desarrollando en los últimos años y que ha bautizado como Threshold y Sundog. En ellas, como afirmaba Opazo, la pintura parece surgir más allá de los límites del lienzo: por su misma convicción y destreza, cada obra se expande y crece. Razón por la cual tanto Randazzo como Opazo decidieron que dicha presencia pictórica debía verse reflejada en un montaje voluminoso y arriesgado. Las obras exhibidas dialogan directamente —en forma de tensión o delicado equilibrio— con los soportes que las sostienen: incluso es probable que el espectador considere que él mismo hace parte de la pintura. Ese era el deseo y apetito de ambos. Nada quedó librado al azar y cada elemento propone evitar los límites y convenciones con los cuales se describe la obra plástica. Tanto así que, en la misma sala, una estaca clavada en la pared, de la que cuelga un desleído trapo rojo, insinúa que aquella forma también es pintura. Como cierre, Randazzo creó una instalación en el patio de la galería en la que una estructura aleatoria de canecas usadas, brochas, palos y otros elementos —como vidrios y tablas— forman una inusual “estatua” a la que una vitrina antigua (atada a un árbol) está a punto de derrumbar. Un gesto que parece completar aquella primera sala de resistencia ante el oprobioso fascismo.
Threshold de Randazzo, además de ser un ejercicio atlético y caviloso del artista y su colega, se enmarca en una realidad cada vez más difícil de pasar inadvertida: el advenimiento de una nueva era de oscuridad causada por el destello de los reflectores del abuso. Y en eso se cifra su valía: en su capacidad de convertir ese contexto, esa mentalidad de nuestra era, en una muestra convencida de resistencia y oposición. No por casualidad, el artista rechaza de plano una idea mancillada como es la esperanza, a la que sobrepone algo aún más poderoso: las causas imborrables de las personas del común. Esos que, con su coraje y entereza, confrontan la tiniebla bochornosa del fascismo en su cotidianidad. Así como hacen las luciérnagas cuando emprenden el llamado de su propia naturaleza e iluminan todo aquello que puedan. Lo poco y lo mucho.

Una de las obras instalativas creadas por Randazzo en su exposición Threshold

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