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ITERACIONES

Apuntes sobre la exposición Iteraciones, Vertigo Contemporary, 28 de noviembre 2025


Entrelíneas, el sociólogo Pierre Bourdieu extendía otra cualificación más del arte. Una valoración, quizás, tan arbitraria como oportuna. Señalaba el francés que podía hablarse de arte con ambición y arte sin ambición. Desde luego, algo más concreto y menos odioso que el poroso veredicto arte bueno-arte malo. De cualquier manera, dicha suposición impone aclarar el significado del término “ambición”: aquella conducta vista con tanta sospecha —desde afuera y desde adentro— en la vida del artista, y tan aplaudida en otras esferas profesionales en las que opera igual que un mandato o como parte de un ritual de acceso.


Queda la tentación de confundir esta ambición específica del artista con la codicia o con el apetito o deseo desmedidos: un significado común y extendido que alberga cierto reproche. Incluso la religión castiga y condena el proceder ambicioso por considerarlo una falta moral: una desatención a la célebre, pero inobservada, vida frugal y piadosa que tanto se proclama. Sin embargo, en los entornos de la creación podría tratarse de algo más. Algo diferente. En el oficio de dotar o privar a los objetos de sentido y significado —al momento de su segunda creación—, de por sí ya se presenta un acto ambicioso. Una voluntad caprichosa de transformación sobre todo lo disponible: el universo de recursos que brinda la realidad en un proceso artístico y que supone la primera herramienta material y física de cualquier artista. Crear es la acción ambiciosa primordial.


Pareciera, entonces, que se trata de una ambición bienintencionada o imprescindible: una defensa sumaria ante un posible enjuiciamiento moral. No obstante, tal conjetura es insuficiente porque perdería de vista la clasificación pretendida. Si la ambición en el oficio artístico solo se refiriera al acto de crear con materias disponibles, todo arte —o al menos la gran mayoría— podría catalogarse como ambicioso y, de esa manera, la distinción perdería su función discriminatoria. La ambición, entonces, debería ser algo más. Requeriría de un elemento adicional que encarne su redención y posterior absolución. Siguiendo el lenguaje religioso, tal vez sea el intento de purificar la creación lo que erige la muralla: crear no como una arbitrariedad o un gusto pasajero, sino como un sacrificio del cuerpo.


Sin mayor rodeos: el sacrificio es la iteración. Un comportamiento que alude a muchos campos y posibilidades, pero que en términos generales se basa en una sola acción: la repetición. Iniciar de nuevo y otra vez. Insistir como única carta de navegación. Aquella conducta a la que se ve obligado el creador día a día y en cada proceso. Hasta el cansancio o hasta el dolor: con la inminencia de la frustración y con el yugo goteante de la mortalidad. Crear sobre lo creado supone un hábito exigente, repleto de incertidumbres y extravíos. Es probable que en ese peregrinar eterno conste la ambición genuina que debe acompañar al artista, la brújula onerosa que orienta con su propio peso. Es ese su verdadero sacrificio.


Iteraciones es una exposición colectiva que apela a ese sacrificio como hilo conductor. José Rosero, Santiago Castro, Laura Mora, Larry Múñoz y Pez Barcelona, cinco artistas distintos —en sus decisiones y sus materias— habitan por un par de semanas un mismo espacio bajo la premisa de mostrar y demostrar sus iteraciones más recientes. Y, de esa manera, tanto ellos como sus obras se comunican entre sí. En las piezas seleccionadas se puede identificar esa ambición purificada o, al menos, absuelta en juicio. La redención alcanzada por la puesta en marcha del oficio de intentar, de continuar y de regresar, comportamientos que bien describen a un artista sumido —genuinamente— en la labor creadora. Será responsabilidad del espectador encontrar en cada obra aquel rastro que deja la ambición a su paso, ver más allá del objeto y entrever que eso que tienen al frente es solo el pasado de algo sucedido y el porvenir de un potencial acaso.


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