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El artista mortal



Cuentan que el tipo ayudó a los aliados a ganar la segunda guerra mundial: descifró algunos mensajes de los nazis, encriptados en su máquina Enigma. Lo que supuso una ventaja innegable para los otrora llamados enemigos del fascismo. Años después el brillante científico fue perseguido por esos mismos que ayudó a triunfar: era homosexual. Murió solo y aislado. Pero la historia tenía otros planes para él: la gloria tardía del creador. Alan Turing, uno de los padres de la computación moderna y de la inteligencia artificial, hoy en día es recordado y alabado con frecuencia. No era para menos. Sus invenciones no solo ganaron guerras de héroes opacos, sino que hoy ayudan a distinguir entre “inteligencias”. El célebre test de Turing, aplicado ampliamente en la actualidad, plantea que si un juez que interactúa con una máquina y con un un ser humano de forma simultánea sin saber quién es quién, no puede distinguir si habla con una máquina o con un humano —los confunde, en otras palabras— dicha tecnología habrá superado su prueba de “inteligencia”. Basta recordar esas incómodas interacciones con bots de bancos u otra tienda cualquiera y sentir que se está hablando con un contestador tan amable como ineficiente. Muchas veces he echado de menos interactuar en esas ocasiones con un ser de carne y hueso y no con un avatar sonriente. En estos casos, según Turing y su test, la inteligencia artificial no habría cumplido su objetivo principal de emular al humano y por lo tanto tendría un camino por recorrer para lograr su cometido: confundirnos.


Pensando en Turing y su test, se me ocurre que podríamos utilizar otra prueba semejante para tratar de elaborar una forma —más o menos precisa— de descubrimiento del artista. Lo llamaré el test del artista mortal. ¿Qué tiene que ver la mortalidad en todo este asunto?. Veamos: el test que propongo funcionaría al revés que la prueba de Turing: buscaríamos al humano dentro de la máquina. He notado con asombro —y cierta desilusión— cómo las redes sociales están llenas de personajes, que una y otra vez revelan sus formulas de creación maquinal, siempre sometidas al aplauso de los pulgares de sus seguidores. Sus miles de likes les otorgan una celebridad no siempre merecida. Aquí vale la pena recordar que no solo las máquinas actúan como tal, sino que muchos humanos en labores creativas usan y abusan de sus propios algoritmos de creación; sus formulas vectorizadas de tendencias. En esos casos y ante esas —cada vez más comunes— modalidades “artísticas”el test del artista mortal sería de cierta utilidad. Serviría para obtener algún tipo reconocimiento de la esencia humana de un artista. Repito, no iríamos en búsqueda de la máquina, sino del humano o de lo que queda de él.


Leyendo el último capitulo del brillante libro El código creativo del matemático Marcus Du Satoy,  el autor trata de explicar porqué, según su opinión, las máquinas aún están lejos del proceso de creación del arte humano (aunque algunas inteligencias artificiales han pasado el test de Turing emulando obras maestras). Entre varias posibilidades enarbola una que me pareció fascinante: la máquina, a diferencia del humano no posee conciencia, entre otras razones, porque no tiene la idea, el concepto o el peso de la mortalidad. Las maquinas no se mueren y mucho menos tienen capacidad de percibir a la muerte. Ninguna máquina —por ahora— puede desarrollar la idea de su propia finitud —o su fragilidad intrínseca—. Lo que, en principio, significa que no pueda desplegar una idea genuinamente humana sobre sí misma. Para el matemático es probable, que la idea de la muerte inexorable, tan próxima e inmanente a la condición humana, sea la base de la creatividad de la especie. No se equivoca. No son pocas las ideas —muchas veces hechas delirio— de trascendencia que constituyen la obra y gracia de una miríada de artistas a lo largo y ancho de los tiempos. Decenas de miles de años atrás, algunos de los primeros hallazgos de objetos artísticos se relacionan con ritos funerarios. En esa medida, la premisa básica de este test podría partir de una pregunta difícil pero precisa ¿Surge la obra o la creación del artista de la conciencia primaria sobre su propia mortalidad?. Desde luego este interrogante no es tan sencillo de responder y habría que echar mano a otras cuestiones. Sin embargo, ese simple interrogante marca un sendero para hacer un análisis de identidad y de sentido de los creadores del mundo Su descubrimiento humano. Una especie de batea en la que se separa la arena del oro. En este caso, el venenoso mercurio, que se funde con el metal precioso embadurnado de greda, no sería otro que la aceptación resignada que hace el artista cuando se sabe mortal. Y todo lo que hábil y dolorosamente hace con ello. 



Alan Turing, uno de los padres de la inteligencia artificial.
Alan Turing, uno de los padres de la inteligencia artificial.

   

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